A propósito de los 80 años de la Noche de los Cristales Rotos…

Siendo una colorida amalgama de paraguaya y alemana (y unas pizcas de un par de ingredientes más o menos indefinidos), desde chiquita siempre y sin remedio escuché y leí historias sobre la segunda Guerra Mundial, sobre el Holocausto, sobre uno de los grandes genocidios del siglo XX. Cargo, merced al porcentaje de “alemanitud” de mi persona (persona nacida en tiempo y lugar bien remotos a aquella Alemania destrozada en y por manos de demagogos extremistas), con esa culpa generalizada y cuasi omnipresente que

  1. la conciencia,
  2. los libros de historia,
  3. los dedos acusadores de los “ganadores” de aquella gran guerra, no mucho mejores que los “perdedores”,
  4. y Hollywood

(el orden de los factores no altera el producto),

nos inculcan y la cual, las más de las veces, se me antoja absurda (porque de qué culpa gua´u me hablan si los nacidos décadas después de los hechos – y para colmo al oootro lado del planeta – no podemos lógicamente haber contribuido ni un ápice a muerte alguna. Lo máximo que maté en mi vida fue a un mosquito, y se lo merecía. Hasta a las cucarachas me da cositas matar. Pero volviendo a lo serio…). Nunca a lo largo y ancho de la vida faltó el/la desubicad@ que, por hacerse del/de la simpátic@, me saludara con brazo extendido y el “Heil Hitler!”(gesto prohibido y penado por ley en Alemania, y con buena razón), ni el/la que me llamara nazi al escucharme hablar en alemán. Y entiendo que es por ignorancia nomás, lo cual es lo suficientemente trágico.

Y durante mucho tiempo me parecía innecesario que en el colegio hasta el hartazgo tuviésemos que leer novelas o textos ubicados geográficamente en aquellos momentos horrendos de la historia alemana que, a mi parecer, no hacían más que revolver un pasado oscuro, sin miras a un presente y un futuro mejores.

Pero.. una crece, madura (eufemismo chuchi para “envejece”), observa al mundo y lo que los humanos hacemos de él.. y cambia su opinión…

Hoy se cumplen 80 años de la tristemente famosa Noche de los Cristales Rotos, ataques y pogromos dirigidos contra ciudadanos judíos en diferentes localidades de Alemania y Austria. Fue un punto crucial, podría decirse que fue un punto sin retorno. A partir de allí, todo se fue cuesta abajo. La pregunta que siempre me hice (y me sigo haciendo, a pesar de respuestas sociológica y psicológicamente plausibles) es: ¿Cómo se llegó a ese punto? Ese CÓMO tiene sus explicaciones, se han escrito miles de libros al respecto, se han filmado miles de películas, algunas más, otras menos taquilleras; en tiempos de internet todos tienen la opción de buscar tales explicaciones aunque sea en Wikipedia en vez de quedarse colgados de memes cualesquiera.

Hoy, 80 años después, mi duda ha cambiado. Ya no insisto sólo en el CÓMO. Porque deberíamos preocuparnos más bien por el CÓMO EVITAR que suceda de nuevo, aquí, allá, en cualquier rincón del planeta, mañana o pasado mañana o el año que viene. Un refrán quizás un poco trillado reza que el que no conoce su o la historia está condenado a repetirla. Y si hoy, en el año 2018, miro las noticias de alrededor del globo terráqueo, podría concluir que son muchos, demasiados, los que no conocen su historia. Racismo, nacionalismo extremo, antisemitismo, fanatismo religioso están a la orden del día. Líderes de potencias mundiales, al parecer, no hicieron sus tareas. Ni qué decir del ciudadano común y silvestre (para usar la terminología de un espécimen tristemente aclamado de nuestra fauna política local). Etiquetas y rótulos que los humanos nos auto imponemos para olvidarnos de que somos todos iguales. Todos. Y de que las fronteras geográficas son el resultado de guerras y más guerras, pero no un capricho de la naturaleza ni mucho menos un antojo divino.

Y es ahí donde agradezco el haber tenido acceso a historias leídas, otras contadas por familiares que sí vivieron aquellos tiempos horrorosos, el haber tenido que leer una y mil veces biografías de personas que sobrevivieron a campos de concentración y de otras que no corrieron con tanta fortuna.

Leamos más, enseñemos más, conversemos más, y con mayor razón si tenemos hijos o alumnos. Hablemos (y hasta el hartazgo, si es menester) sobre racismo, sobre antisemitismo y sobre demás -ismos. Hablemos sobre historia. Prevengamos. Porque empieza con comentarios, con chistes y burlas, comienza con esos pequeños detalles en la vida cotidiana, con “sutiles” agresiones contra aquellos que son diferentes a nosotros en algún aspecto (porque los humanos pues nos creemos nomás luego la última Coca-Cola del desierto mientras les miramos a los demás con cara de una Niko cualquiera). Amemos más, extendamos nuestras manos y nuestro ser a las minorías, al golpeado, al “diferente”. Y protestemos cuando “los de arriba”(*) construyan muros, visibles o invisibles (como hoy también se cumplen 29 años de la Caída del Muro de Berlín, no podía dejar pasar la oportunidad de usar esta metáfora ni tan metáfora), muros para dividirnos, para enemistarnos, para matarnos.

Y, como en absolutamente todos los demás aspectos del humano en sociedad, aquí como allá, ¡valoremos a la educación!

Sin educación se pierde la historia.

Sin historia nos perdemos a nosotros mismos.

Sin historia estamos efectivamente condenados a repetirla (y si nada de esto te asusta o da qué pensar o simplemente no podés encontrar un retacito de compasión por el que es distinto a vos… hey, ¿y quién te asegura que el próximo holocausto no te mata a vos?).

 

(*)arriba: punto indefinido en la estratósfera política al que enviamos a los que creemos que nos representan como pueblo y desde el cual, las más de las veces, se ríen de nuestra ingenuidad para luego perseguir sus propios ideales, comúnmente de carácter financiero.

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